Mis pupilas sedientas se fracturan,
se contraen como dos manos secas, de arcilla.
Los condenados se van a la depresión grisácea
y en su lento paso las cadenas perpetuas arrastran.
Mis manos atadas, llagadas, lepradas
se caen como dos cosas extrañas
y en su bruces los gusanos se lo zampan.
La bóveda celeste y feroz
intenta deshacer el tiempo pasado
y por el eructo de algún dios
las plagas se desatan.
Mis niñas sedientas se agitan,
mis pupilas sedientas
convierten las almas en piedras.
mis pupilas inanimadas oyen
las mañanas y las montañas que son las mismas,
los condenados y la neblina, es lo mismo.
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