domingo, 6 de enero de 2008

La lagunilla.

Martín había terminado de jugar en el río con sus amigos, se dirigía a casa mientras recogía unos hongos para el caldo, entonces observó un árbol y en él una figura que lo hizo correr despavorido. Al llegar a casa, sucio por los tropiezos de algunas raíces que habían emergido del subsuelo, se encontraba jadeante y erizado, hasta los mismos cabellos. , le dijo su madre mientras soportaba su peso en sus brazos. Él contó a ella y a su hermana que recién le nacía su primer diente; luego contó con emoción y ahínco a su padre y ellos creyeron que sólo fue la imaginación infantil. <¡por diosito!>, <¡no jures al papacito envano!>, le recriminaba su padre. Esa noche Martín no logró conciliar el sueño, pese que el calor nocturno de Junio abrigaba más las casas y el sueño era más dulce.

Los que sí lo creyeron fueron sus tres camaradas, Roger, al que por acuerdo de unanimidad decidieron bautizarlo como el “chancho”, hijo del alcalde del pueblo; Samuel, el “paco”; Marco, este es el último hijo de la artesana Elisea. Ellos se encontraron, como de costumbre, en la puerta de la capilla y dirigieron directamente al lugar indicado. Primero llegaron al río, dónde algunas mujeres lavaban sus prendas percudidas; mientras que otras prendas secaban en las piedras, algunos jilgueros ilustraban el paisaje junto con los arbustos crespos. Luego llegaron a la arboleda de Patis. Siguieron el camino delgado, loma arriba, cruzaron los primeros árboles, caminaron juntos, con la misma respiración. Cuando se encontraban cerca del lugar empezaron a ocultarse tras los tunales, Martín con la respiración entrecortada como la voz susurro <¡allí está!> lo descubrió. La criatura guardaba en el mismo lugar, sentado sobre la rama de un árbol, sujetando con las manos la misma rama y la espalda apoyada en el tronco grueso del árbol, desnudo y absorto. Cuando la criatura sintió que era siendo vigilado volvió la cabeza, hacía los niños, y ellos corrieron despavoridos; en un instante llegaron al río, erizados hasta las pestañas. , dijo el chancho y prosiguió <>. Los niños fueron como liebres asustadas a la oficina del alcalde; en ese instante Macedonio rumiaba su coca, escucho a su hijo y su impulso aventurero lo embriago. Cargó su carabina y marchó con los niños, cruzaron la alcaldía, una mínima construcción de madera y barro, de dos pisos, luego la capilla, dónde ancianos se inspiraban en rezos, doblaron la esquina, cruzaron unas casas con percas y en estas percas tenían crecidas inmensas cabuyas, y fueron cuesta abajo, al río. En el trayecto, se encontraron con Justiniano, amigo del alcalde, y siguió al grupo. Traspasaron el riachuelo, el alcalde cruzó saludos con las mujeres, unas habían terminado y guardaban a que secara sus prendas. Subieron, se perdieron en la arboleda. Macedonio esperaba al venado, pensó que su hijo y los amigos de este vieron un venado o talvez un puma. Buscaron por media hora, con la carabina en posición de ataque, Martín encontró los hongos que había abandonado el día del primer encuentro con la criatura, buscaron cien metros de radio del lugar, luego se fueron decepcionados decía Macedonio.

Al llegar al río el alcalde se marchó con su hijo, su amigo lo siguió corriendo, llamándolo por “don” y su nombre, los niños guardaron silencio, y las mujeres recogieron sus prendas y emprendieron camino a sus casas. El sonido del río susurraba junto a las aves silvestres. Los tres amigos subieron a la plaza, y se despidieron sin decirse mucho, Martín cogió otra ruta, porque se aproximaba el atardecer, caminó presuroso y a pasos cortos. Al llegar a casa la mujer daba sus oraciones y el padre tocaba con su quena una canción de ultratumba a la luz de una vela. Martín probó poco alimento, y se acostó sin sueño. A la mañana siguiente, Martín decidió ir a la escuela por el río, quiso cruzar nuevamente los árboles pati, caminaba con la mirada fija a las ramas, de un momento se encuentra cara a cara con la criatura, sentado en el mismo lugar dónde lo vio por primera vez, en la misma posición con los ojos blancos puestos en él; los latidos de Martín se le habían acelerado y el sudor frío lo empapaba, el terror lo tenía inmóvil. La criatura lo observaba fijo, su gran cabeza calva y ceñuda con el cuerpo seco y desnudo, que, pareciese que careciera de vida; frente a esto Martín fue calmando su pavor y logró mover un músculo, se deslizó lentamente y tropezó con una piedra sin caerse, cruzo el árbol, avanzó unos pasos y desapareció al instante.

En la salida, los niños fueron al lugar con una emoción a explotar. Llegaron rápido y se ocultaron cuando estaban a una distancia prudente. Martín tomó más valor; la criatura se encontraba reposando en el árbol, volvió la cabeza al oír a los niños y estos se detuvieron unos instantes, Martín avanzó y luego le siguieron todos, elevaron la mirada para verlo mejor, toda su piel tenía una especie de tatuajes, de pequeños cuadrados bien definidos, como un tablero de ajedrez, en blanco y negro, sus ojos eran níveos y parecía que no tuviera iris, como también una espalda encorvada. Después de unos minutos de estudio visual decidieron subir al árbol, la criatura los seguía con la mirada, lo saludaron y él pareció no entender el dialecto, Paco le brindó unas papas cosidas, la criatura lo cogió, lo husmeó y lo devoró de un bocado; después se le escapa una sonrisa, donde muestra sus tres únicos dientes, blancos (dos arriba y uno abajo). Los niños se percataron de que el color de su piel no era por causa del tatuaje, se vieron las caras sorprendidos. La criatura bajó del árbol y caminaba con una lentitud maestra, los niños pensaron en un instante que aquel ser era un vejestorio, pues sus pasos eran tan lentos como los de un anciano de dejó la costumbre de andar, subieron cuesta arriba, hasta llegar al fin de la loma, donde una lagunilla que emprendía el inicio de una inmensa garganta. El agua brotaba del suelo, y se perdía en el valle, este valle tenía una inmensa variedad de frutos y árboles bien proporcionados, ni las lluvias de noviembre daban esos paisajes. Los niños observaron con letargo; la criatura regresó con unos paltos verdes, para cada uno. Paco intentaba cazar unos peses con sus manos, estos peses eran gruesos y coloridos, con extensas barbas, hasta que Paco se precipitó en sus aguas, empapándose lo más mínimo que llevaba, todos se echaron a reír, la criatura volvió a mostrar sus tres dientes y Marco mostraba también sus escasos dientes de leche que iba mudando. Después de unas horas los niños regresaron a casa.

Cuando están a punto de salir de los árboles, el chancho pide pactar una promesa, pidió que ese sea su lugar secreto y que no mencionen a, absolutamente nadie del sitio; todos juraron por diosito, y si es que no cumplían el juramento sus papacitos morirían, luego, cada uno se fue entusiasta a su respectiva casa, cargando su gigantesca palta. Al llegar Martín a su casa, observó a su madre estremecerse por el tamaño del fruto , se adelanto a responder martín sin que nadie lo preguntase, esa respuesta estaba también pactada entre todos, luego puso el pesado bulto en el suelo, la madre cogió con ambos brazos, lo llevó a un rincón y lo arropó con unos pellejos para que madure. Martín exhausto por el trayecto bebió agua, luego recibió el plato con trigo hervido y comió alegre, sus ojos le brillaban fieramente y sus manos habían caído a una leve tembladera por la emoción. Luego llegó su padre, observó el regalo y vio fijo a Martín, contestaba. decía Mauro con una voz congestionada.

Después de tres días, domingo, martín se escabulló de su madre, después de la misa en la capilla y de cantar el himno nacional en la plaza, estaba con su casaca bayeta y sus zapatos charol, muy limpio, se encontró con sus amigos en la feria, en el centro de la plaza, y emprendieron camino donde su amigo, al que llamaron “hombre de cuadros”, antes de salir de la plaza observaron llegar un carro blindado, bajaron soldados y entraron directamente a la alcaldía. Llegaron al río, estaba más seco, corría unas hileras de agua y unos paujiles cantaban escondidos. Subieron la loma y encontramos a su amigo, le dieron las papas y el choclo hervido, este lo devoró todo en un santiamén. Nuevamente fueron a la garganta y esta vez les obsequió unas fresas gigantes; el chancho se llenó con sólo comer una, Martín había guardado en su alforja sus fresas, Paco y Marco hicieron lo mismo, recorrieron por las calabazas que habían cubierto por completo un molle, luego comieron los frutos de la higuera de cincuenta metros de altura, luego observaron en un riachuelo a un bagre con bigotes que le triplicaba de tamaño y un caracol con antenas resplandecientes, luego durmieron cansados de ver tanta hermosura, con sus sonrisas dibujadas en sus rostros cobrizos, el hombre a cuadros los miraba alegre, y hablaba en lengua ancestral palabras de gozo, hasta incluso cantó y bailó.

Antes del poniente, se despertaron pensando que tuvieron un hermoso sueño, pero vieron que todo era real, se despidieron y cada uno volvió a casa. Martín llegó y dio los frutos , dijo sacando cada fresa y poniéndolos en la mesa gastada por el tiempo y la humedad, ella se llenó con una fresa, igual que Mauro, Martín comprendía la nueva alegría que brindaba el nuevo amigo. Los mismo paso con Marco al darle a su madre costurera los frutos, ella los comió y se llenó como nunca antes de tanta delicia, lo mismo pasó con paco, cuando repartió un fruto con cada hermano, y cada padre, y cada abuelo; también, el chancho le dio un fruto a su padre, el alcalde, y a su madre, en plena hora de la cena, cuando alguien tocó la puerta…

A la mañana siguiente, el olor de abono, de los cercos mareaba a Martín que todavía dormía, ronroneaba un gato cubierto de ceniza, su padre dormía pesadamente oculto bajo frazadas de lana de oveja; cuando empezaron a gritar, <¡lo han matao’, lo han matao’!> el sonido estremeció a Martín; salieron de la vieja casa, a dirección del la multitud < ¡han matao’ al alcalde, lo han matao’!>. en la plaza se encontraban los comuneros de Chacca, observaron ensimismados la imagen, el alcalde se encontraba con la cabeza destrozada, más probable era la inmensa roca que yacía al lado de ellos, cubierta de sangre, su mujer y su hijo, el chancho, estaban al lado del alcalde, atados por las extremidades; todos muertos de la misma forma, con un letrero pintado en letras rojas ; <¡jueron los cumpas, ellos jueron!,…>, hablaban entre ellos alborotadamente, Martín contemplaba inmóvil la imagen, le tembló las rodillas y se nubló su mirada. Después de unas horas vinieron los soldados, luego los levantaron, luego los velaron, luego los enterraron, luego lloraron, luego bebieron y hablaron del alcalde y su familia. Después de dos días, vino un soldado con cuerpo ancho y barbas onduladas, , Martín y sus amigos decidieron visitar a su amigo, cada uno fue a casa y trajo algo para que el hombre a cuadros comiese. A una distancia el hombre a cuadros los reconoció, enseñó la sonrisa y sus tres dientes albos, se treparon en las ramas, y le dieron el queso, la leche, las papas hervidas; el hombre de cuadrados las devoró y sonrió, luego de percatarse de que faltaba uno, habló en el idioma ancestral que ellos no entendieron, sólo uno de ellos mostró con gestos lo que le paso, y el hombre lo entendió y echó un suspiro hondo. Ese día, atraparon peses, uno a uno caía al gras, en contorciones, el tamaño de los peses coloridos eran grandes, como todo de ese ambiente, ese olor no se les quitó por seis días, y al llegar a casa su madre volvió al estupor y su padre a escuchar la misma frase “de verdecito me lo ha regalado”, terminaron el pez en tres días, desayuno de caldo, con papas, hongos, hierva de huatacay, hierba buena, alverjas frescas. En el almuerzo con una suculenta fritura, adornada con una ensalada y papas hervidas, y para cena otra fritura con menos adornos.

Tuvieron que suspenderse las clases y acostarse más temprano, los niños visitaban al hombre de cuadrados y siempre comían algo nuevo o veían a algún insecto o animal nuevo, como el venado que en sus cuernos los pajarillos hicieron sus nidos, o el bagre que te guiñaba el ojo, o la lombriz que se sabía todo el abecedario, o el cien pies con patitas de oro; como también estaba el árbol que no dejaba de gemir, o las bayas que te hacían sonreír por cuatro días, o la uva que te ofrecía sus frutos, o el pasto que se abultaba si te echabas en él, o los jilger… . Una mañana, cuando los vientos traían las nubes para que espese el cielo, estaba pastando Martín sus ovejas, se le acercó el hombre de cuadros, le obsequió Martín un poco de charqui, este lo rechazo con un asco caótico, luego le izo ver las papas y queso, y el hombre a cuadros lo devoró al instante, su perro gemía a rabiar al sentir al hombre, mas este no prestaba ni atención sino al niño. Estaban a buena distancia de Chacca, observaban a las personas del tamaño de la hormiga, la plaza, la alcaldía, la capilla, la escuela, más abajo que ahora hacía de centro policial, dos carros blindados y personas caminando, como también los soldados en grupo. También se observaba en otras lomas a los animales siendo pastados. El hombre de cuadros le trajo una fresa y Martín la probaba de rato en rato. Las montañas se perdían en el firmamento, el viento pasaba silbando mansamente, se paseó un grupo de golondrinas cantando. El hombre, con expresión seria contemplaba el pueblo, el sol oculto había palidecido su piel, estaba arcaica, anémica, los cuadrados blancos eran más blancos y los negros más negros, y sus ojos se perdían en esa blancura hasta mostrar como un espejo todo lo que veía, dijo unas palabras en su idioma ancestral y unos gestos con la mano abarcando todo; río y cayo sin que Martín entienda qué quería comunicarle.

El tiempo que empezó la lluvia fue en los primeros días de noviembre, los hombres tenían listo sus yuntas y sus semillas, la tierra volvía a mostrar ciénagas que se improvisaban en cualquier rincón. Paco cayo a un resfrío leve, luego Martín, luego Marco, que ya había mudado todos sus dientes de leche y contagiado a Paco. Los pómulos marrones se les cuartearon levemente. El hombre de cuadros estaba intacto y seguía caminando desnudo, en la garganta no llegaba ni una nube mala, ni una gota anémica de la lluvia; todo era sol y aire tibio. De vez en cuando también el hombre de cuadros los visitaba en sus sueños y jugaban con la vizcacha o con el pez, bajo el agua, eran sueños alegres y al día siguiente los niños se encontraban riendo, contando sus sueños como si todos hubieran tenido el mismo, hasta el hombre de cuadros los esperaba y con gestos y sonidos, reía; también estaba la lombriz traductora, por que se sabía todo el abecedario. Un día, en la garganta encontraron unos eucaliptos que cambiaban de posición, sus raíces libres los transportaba de un lugar a otro. Los niños soñaron con el hombre de cuadros y con el eucalipto más, quien este entendía a la perfección el idioma y entre crujidos bruscos respondía pocas palabra . Luego cada uno sembró en su respectiva chacra, los surcos hechos por el arado, dónde ponían en él las semillas para germinar. Las gotas de lluvia cubría el pasto, como una vestimenta fina. Se observaba las inscripciones y las banderas rojas, en alunas piedras o lomas respectivamente. Mauro, había terminado su siembra, remachaba su coca mientras su orondo toro se cebaba con la chala; Mauro expulsaba un vaho tibio cuando observaba sentado, sobre una piedra su trabajo consumado, los surcos estaban nuevos, la tierra iba humedeciéndose más por la atmósfera fría, en otras lomas también trabajaban los hombres, sus mujeres preparaban con leños la comida en ollas de barro, se desprendía una pequeña humareda gris; la comunidad, se encontraba abajo y se escondía en una neblina débil, sus árboles se mecían suavemente y el sonido ciego del río que roncaba desde el valle. Al atardecer ya todos terminarían su trabajo, cargaron sus herramientas y se ramificaron, cada uno a sus casas, arreando sus toros exhaustos. La noche de ese día, la luna circular y blanca prendía al pueblo, las estrellas tiritaban al compás. De un momento, estallaron los gritos de espanto y los disparos a quemarropa. Al salir Mauro con su familia vio que los comuneros corrían confundidos y asustados, las mujeres sujetando a sus hijos, empapadas en llanto, con sus maridos, buscaban refugio; otros se escondieron en sus corrales, cubriéndose con el estiércol del ganado. Los soldados disparaban a las sombras que se aproximaban desde las lomas, de pronto un estallido y dejó sordo a unos cuantos, luego otro estallido, la tierra se levantaba junto a algún campesino. Mauro sujetó a sus hijos y su mujer y corrieron sin detenerse, hasta el río, dónde una inmensa piedra aguardaba, dijo y se marchó y de cinco minutos trajo a su hermana junto a su viejo padre. Aguardaron hasta que todo quede en absoluto silencio. Cuando amaneció un poco, salieron todos de su escondite, y se dirigieron a la plaza, los muertos eran siendo amontonados como costales, soldados, gente foránea, comuneros, la capilla había caído y los más ancianos lloraban de rabia, Martín estaba intacto, también sus dos camaradas, se encontraron en la plaza, reconocían a los difuntos, allí estaba el soldado grueso y de barbas onduladas, mama Clara, que murió sujetando un crucifijo, y otros hombres que se traían a pedazos, dos vacas y otros animales de menos importancia; los heridos iban siendo curados, los proyectiles había perforado un fémur de un hombre, pero este estaba tan borracho que le dolía más la cabeza. Levantaron los cuerpos, y luego los velaron, y luego los enterraron mientras lo acompañaban con llanto, luego comieron y se embriagaron y hablaron de los difuntos.

Después de dos semanas, Martín y sus camaradas fueron a visitar a su amigo, le llevaron choclo y queso, este lo devoró, fueron a la garganta y jugaron con el zorro que caminaba de dos patas y tocaba un tambor de cuero, comieron una palta madura y las bayas para que les hicieron reír por cuatro días, luego los niños hablaban algunas palabras en lengua ancestral y sorprendían a sus padres con ese idioma. También construyeron una habitación pequeña, de piedras y techaron con hojas, el eucalipto les hablaba en traducción y decía que el hombre de cuadros quería que se quedasen por más tiempo. Ellos rechazaban y contaban al árbol sus razones y este traducía al hombre, él entristecía por segundos mientras se caían sus hombros.

Después de tres semanas de lo ocurrido, del enfrentamiento, mientras Martín soñaba a sus amigos que jugaban con el bagre que guiñaba el ojo. Entraron tirando la puerta y cogieron a Mauro, Martín, que en un instante se disipó la embriaguez del sueño corrió siguiendo, junto a su madre a los soldados. vociferaba un soldado, mientras otros dos lo arrastraban. Irma, rogaba empapada en llanto a los soldados que los soltasen, ellos, sordos a su súplica la empujaron al barro y cerraron la puerta de la escuela con un sonido seco y bravucón. A la mañana siguiente fue entregado el cuerpo de Mauro a su mujer, con los huesos triturados y el cuello roto. Martín, que tenía los ojos hinchados desmayo de bruces, ese día llovió y no cesó hasta el quinto día, después de velar a Mauro, los hombres consolaban a la mujer y sus amigos de Martín lo distraían, de vez en cuando Martín sonreía, en otros momentos lloraba, luego se distraía. Decidieron ir a visitar a su amigo, él encontró la tristeza inmensa del niño y toco la música de ultratumba que su padre gustaba tocar con la quena. En ese instante, las ramas de los árboles de la garganta palidecieron, sus hojas caían como gotas de lluvia, de un momento, el ambiente se mostró lánguido. Las ramas se curvearon y el sol izo resplandecer los cuadrados del cuerpo del hombre a cuadros; brilló bestialmente, como una estrella, y los niños se olvidaron de cuán desastre habían observado todo ese tiempo…

En Chacca, retumbaba los gritos de las madres que llamaban a sus hijos antes del poniente, le buscaron en las lomas, en la nueva capilla, en los tunales, en la escuela, en el río, dónde los soldados y preguntaron a todos y uno de ellos contó que siempre se dirigían a la arboleda de patis; buscaron en las faldas de la arboleda, loma arriba, en la lagunilla, estaba en el inicio de una cueva y decían que estaba encantada, no encontraron a nadie, ni esa noche, ni el día siguiente hipotecaban algunos comuneros, sus madres lloraron hasta cansarse y lloraron lo que llorarían por años, Irma lloró juntamente con la lluvia torrencial que inundó las casas y convirtió en peseros algunos corrales y enseño a nadar a las gallinas y sumergirse a algunas cabras, también lloró el día que los dieron por muertos, y en la hora de la misa de la nueva capilla junto a los ancianos. Luego lo olvidaron y se acostumbraron a vivir sin ellos. Así paso el primer mes, así paso el primer año, y así el quinto y el dieciseisavo, hasta esa noche de luna, que un cerdo de ojos de fuego apareció de la arboleda y fue a la loma, bajo al río y subió hacia la comunidad y corrió por todo el pueblo, ululando, murmuraban mientras los habitantes, escondidos en la capilla observaban aterrorizados al cerdo crespo. Esa noche aparecieron Martín y camaradas, con sacos de frutas y sacos de menestras, hablando puramente el idioma ancestral, vestidos con pantalones palazo, y casacas bayeta o de pana, calzados con zapatos de bronce, aún eran niños, Paco aún no terminaba de mugar completo los dientes,… . Sus familias, junto al pueblo se acostumbraron a ellos nuevamente, Irma, quien se había vuelto a comprometer lo acogió con pavor y alegría y presentó a sus hermanos menores, uno le llevaba tres años y su hermana menor, de sangre, ocho años. Los familiares de paco habían muerto en un enfrentamiento, hace dieciséis años, y fue llevado a la ciudad a un orfanatorio; Marco, junto a sus otros nueve hermanos, todos mayores que él, lo criaron como lo hubiese echo su madre, que ya había perdido fuerzas. El pueblo y sus familiares se acostumbraron a ellos, lentamente, como cuando se marcharon, no hablaron nunca de su desaparecida y nadie hablaba de ese suceso. Martín y sus amigos, jamás volvieron a ver a su amigo de cuadros.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Luis, maldito hijo de puta, tu cuento realmente, pero realmente me ha encantado, debo reconocerlo, es extraño que no lo hayan comentado aún, pero bueno, será por muchas razones, que creo solo corresponden a cuestiones completamente triviales y complementarias (como la redaccion, por ejemplo, que esta de pena, pero que se puede corregir, en fin es lo de menos)... Lo importante es que el cuento en si es una verdadera dulzura para el corazón, quizas porque esta hecho para los niños (no me importa si ese fue o no tu intención, yo creo que es un cuento para niños y punto), pues destila ternura y fantasía por sus cuatro costados (y no me hables de más costados porque ya estoy demasiado picón para escuchar tus estupideces), debo confesar que un par de veces me produjo uno que otro estremecimiento sanguineo, osea me emocionó algo, pues la ternura del monstruo ese es bastante evidente y, lo mejor, va en aumento a medida que avanza la lectura... creo que ese es el principal atractivo de tu cuento, la ternura, que gracias al cielo no esta muy pronunciada (sino hubiera caido en el patetismo), sino esta dada de forma como medio caleta. Si, la ternura es el dulce de tu relato, y por eso creo que debería ser ordenado y editado para que puedan entenderlo los niños (insisto, es un cuento para niños)... me gusto mucho, ya antes había oido de historias parecidas, donde la fantasía de seres sobrenaturales ayudan a uno o mas niños a escapar de la cruda y brutal realidad de su entorno, pero este cuento me llego particularmente por un par de cositas con las que me sentí bastante identificado y (lo repetiré hasta el 8 infinito, qué mierda) enternecido... no puedo imaginar el extraño y real amor de ese ser, ironicamente tan ficticio (lindo cuadriculadito de mierda), para llevarse a los niños y protegerlos de la salvaje oleada de sangre que atravezamos por esos años (bla bla bla, ya sabes...) te felicito, chuto, estamos avanzando, definitivamente este cuento es de lo mejorcito que he leido de ti, de verdad, ya te estoy conociendo, mierda... y nada, ya te comenté, listo, quedate satisfecha, fumate un cigarro, duermete y dejame a mi escuchar en paz a mi roxana gutierrez con su "ACUERDATE DE MI", tan linda ella y su voz putamadre... yo no tengo la culpa de quererte asi, con el alma, mi vida, fuiste tu misma la que llegaste, a mi vida cuando estaba solo, y ahora tratas de abandonarme, dejando mi corázón deshecho, lararara... ahi nos vemos
... Y SEGUIR ESCRIBIENDO... Y SEGUI ESCRIBIENDO...

Anónimo dijo...

TE HAGO AHORA ESTE OTRO COMENTARIO PARA QUE NO PAREZCA TAN VACÍO EL LUGARCITO EN EL QUE FIGURA EL NUMERO DE COMENTARIOS Y NO DE TANTA PENA Y SEA MÁS FACIL PARA TI, DISTRAIDO DE MIERDA, FIJARTE EN ELLO.....
SEGUIR ESCRIBIENDO

Anónimo dijo...

JAJAJAJA, OJALA NO TE HAYAS ILUSIONADO MUCHO, SI, SOY YO NUEVAMENTE, QUE RARO QUE NO HAYAN MÁS COMENTARIOS, BUENO ESO DEMUESTRA UNA VEZ MÁS LO INCOMPRENDIDOS QUE SOMOS....
Y SEGUI... YA SABES...