martes, 11 de diciembre de 2007

Carta de un taxista.















Es tan hermoso correr por esta autopista, llevar a alguien por algún lado y verte parada allí todo el día, con tu falda lenta. Como de vez en cuando, nos damos nuestros arrebatos de una hora en algún lado como en ese hostal viejo, o ver el atardecer utilizando tus muslos de almohada en algún parque descampado.

Es tan vergonzoso, a veces, aceptar que te amo, cuando alguien me fastidia. Y me dan ganas de gritar y golpear al hombre que se te acerca y la luz roja del semáforo me obliga a imaginarte desnuda nuevamente, siendo cómplice de lo que haces… para luego, cuando supuestamente voy a fiarme de tus servicios, después de salir de restaurad no poder decirte nada. Y en la cama, al verte simplemente callar.

Como ese día que parecías avergonzada de tus dientes separados. Tampoco pude decirte algo para que tu vergüenza no crezca. Luego tratar de entender que lo que siento no es amor sino verte como una diversión, como cuando ese día te vi con el top roto y ensangrentado; me desesperé, pero no te dije nada. Como una vez paso: cuando te conocí. Un hombre regordete tomo el taxi, cuando te vi subir no dejaba de verte por el retrovisor. Ese día sentí que te conocía desde toda la vida. Por eso es que te espere salir, rechazando pasajeros y sabes bien como está la situación del país. Como una vez que intentaste sorprenderme con ese tu mal ingles, yo reía a carcajadas y tu callabas avergonzada. Pero te veías linda con eses tus ojos condenados a verse tristes, como ese día, con tu olor a sexo que tratabas de borrarlo… te veías linda. Como cuando te veo celosa sin sentido, insultándome y mordiéndome los labios o cuando una bofetada me hace entender que no tienes ganas.

Pero es hermoso, verte siempre con tu falda lenta, que me veas y sonrías, que te parezca guapo. Talvez será por eso que te amo.

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