En mi pórtico me sentaba a fumar viendo de vez en cuando a los transeúntes que afligían su paso, a algún niño alegre con algún juguete corriendo o caminando como si pensara en todo. Entendía muy bien que de vez en cuando una figura monstruosa venía a romper los cristales que me cubrían de la soledad, que existía fuera de todo mí ser.
Los carros que pasaban por esa calle solitaria,
las aves que inspiraban su vuelo
mis cigarrillos y mi cuarto siempre estaban allí
como si no los hiciera falta
y podrían hundirse lentamente sin que notaran mi existencia.
Las manecillas de mi reloj y los espejos que por siempre evadí en mi vida.
¡Todo se olvidaba, como si no debiera forzar más a mi corazón y mi mente!
A veces parecía un bulto suelto
volcándose eternamente,
un beso de judas
al cual la multitud derramaba lágrimas por mi vida,
un hombre gris que amaba los días fieles
y lloraba bajo mis sábanas.
Pero siempre estaba el reloj con su tamboreo
y mi tasa que sobre el té flotaban moscas…
Mi vida,
mi soledad
mi grande muro indestructible...Donde había habitado eternamente
y embriagado de sueños, todo se había derrumbado y caído
sobre mí hasta triturar cada pesazo de mis huesos y mi alma.